"Lo
imposible"...
Es que Bayona haya satisfecho las expectativas y que esta película de catástrofes pueda mirar sin complejos y con aires de victoria a las maquinas de desintegrar millones de dólares a las que Hollywood nos tiene acostumbrados. Si otras propuestas españolas con aspiraciones internacionales podían parecer asfixiadas y encorsetadas en ajustados presupuestos, esta idea -nunca- pasará por la cabeza del espectador de "Lo imposible". Y al mérito de este compendio de ingenios técnicos, hay que sumar la iconografía de un Bayona inspirado, que nos graba a fuego decenas de imágenes y desliza con destreza poderosos juegos de planificación. El armazón que sostiene el conjunto es el modélico guión de Sergio G. Sánchez, cuidadoso, casado con las necesidades de un producto internacional, inteligente y contextualizado.
"Y sus circunstancias"...
Que no son otras que el cine actual. En palabras de Rodrigo Cortés, "Es más sensato mover las fichas, que discutir el tablero". El tablero es aquel en el que cierto tipo de productos cinematográficos han tomado el control, mientras las películas medianas mueren aplastadas por los grandes estudios. O muy pequeñas, o muy grandes. Y las películas grandes están ligadas a un modo y una forma que el gran público presupone. El escritor Andrés Barbas, durante un coloquio reciente con Rodrigo Cortés, se giro hacia él, y dijo "ya no se podría hacer "Fitzcarraldo", ¿verdad?" Y Cortés le dio la razón. Ya no. Al menos hoy no. "La historia del cine es pendular, quién sabe más adelante", concluyó con elocuencia el director de "Luces Rojas".
El juego es ahora más exigente, requiere que jóvenes directores deslicen sus ideas en productos capaces de competir, con unos códigos acordes al gran público. Ese es el tablero. "Lo imposible" no es perfecta (aunque raya a un nivel anormal para el estándar de las últimas películas de catástrofes), pero la perfección es, desde luego, lo menos importante en esta épica empresa.
Es que Bayona haya satisfecho las expectativas y que esta película de catástrofes pueda mirar sin complejos y con aires de victoria a las maquinas de desintegrar millones de dólares a las que Hollywood nos tiene acostumbrados. Si otras propuestas españolas con aspiraciones internacionales podían parecer asfixiadas y encorsetadas en ajustados presupuestos, esta idea -nunca- pasará por la cabeza del espectador de "Lo imposible". Y al mérito de este compendio de ingenios técnicos, hay que sumar la iconografía de un Bayona inspirado, que nos graba a fuego decenas de imágenes y desliza con destreza poderosos juegos de planificación. El armazón que sostiene el conjunto es el modélico guión de Sergio G. Sánchez, cuidadoso, casado con las necesidades de un producto internacional, inteligente y contextualizado.
"Y sus circunstancias"...
Que no son otras que el cine actual. En palabras de Rodrigo Cortés, "Es más sensato mover las fichas, que discutir el tablero". El tablero es aquel en el que cierto tipo de productos cinematográficos han tomado el control, mientras las películas medianas mueren aplastadas por los grandes estudios. O muy pequeñas, o muy grandes. Y las películas grandes están ligadas a un modo y una forma que el gran público presupone. El escritor Andrés Barbas, durante un coloquio reciente con Rodrigo Cortés, se giro hacia él, y dijo "ya no se podría hacer "Fitzcarraldo", ¿verdad?" Y Cortés le dio la razón. Ya no. Al menos hoy no. "La historia del cine es pendular, quién sabe más adelante", concluyó con elocuencia el director de "Luces Rojas".
El juego es ahora más exigente, requiere que jóvenes directores deslicen sus ideas en productos capaces de competir, con unos códigos acordes al gran público. Ese es el tablero. "Lo imposible" no es perfecta (aunque raya a un nivel anormal para el estándar de las últimas películas de catástrofes), pero la perfección es, desde luego, lo menos importante en esta épica empresa.
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